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lunes, 10 de enero de 2011

Biodiversidad

La actual preocupación por la pérdida de biodiversidad no es debida al hecho de que desaparezcan algunas especies, sino porque se teme que estamos asistiendo a una masiva extinción como la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios y otras grandes extinciones que se han dado a lo largo de la evolución de la vida. Y esas extinciones han constituido auténticos cataclismos. Lo que preocupa, pues, y muy seriamente, es la posibilidad de provocar una catástrofe que arrastre a la propia especie humana. Es urgente, pues, poner fin al conjunto de problemas (creciente urbanización, contaminación pluriforme y sin fronteras, explotación intensiva de recursos, introducción de especies exóticas depredadoras…) que está provocando la degradación del planeta, contribuyendo así a salvaguardar la biodiversidad y evitar la extinción de especies, con medidas que salgan al paso de estos problemas y, en particular, planes de acción encaminados a proteger los hábitats y las diferentes especies de fauna y flora.
Es preciso reflexionar acerca de la importancia de la biodiversidad y de los peligros a que está sometida en la actualidad a causa del actual crecimiento insostenible, guiado por intereses particulares a corto plazo y sus consecuencias: una contaminación sin fronteras, el cambio climático, la degradación ambiental..., que dibujan una situación de emergencia planetaria. Para algunos, la creciente preocupación por la pérdida de biodiversidad es exagerada y aducen que las extinciones constituyen un hecho regular en la historia de la vida: se sabe que han existido miles de millones de especies desde los primeros seres pluricelulares y que el 99% de ellas ha desaparecido.

Pero la preocupación no viene por el hecho de que desaparezca alguna especie, sino porque se teme que estamos asistiendo a una masiva extinción (Duarte Santos, 2007) como las otras cinco que, según Lewin (1997), se han dado a lo largo de la evolución de la vida, como la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios. Y esas extinciones han constituido auténticos cataclismos. Lo que preocupa, pues, y muy seriamente, es la posibilidad de provocar una catástrofe que arrastre a la propia especie humana (Diamond, 2006). Según Delibes de Castro, “diferentes cálculos permiten estimar que se extinguen entre diez mil y cincuenta mil especies por año. Yo suelo citar a Edward Wilson, uno de los ‘inventores’ de la palabra biodiversidad, que dice que anualmente desaparecen veintisiete mil especies, lo que supone setenta y dos diarias y tres cada hora (…) una cifra fácil de retener. Eso puede representar la pérdida, cada año, del uno por mil de todas las especies vivientes. A ese ritmo, en mil años no quedaría ninguna (incluidos nosotros)” (Delibes y Delibes, 2005). En la misma dirección, Folch (1998) habla de una homeostasis planetaria en peligro, es decir, de un equilibrio de la biosfera que puede derrumbarse si seguimos arrancándole eslabones: "La naturaleza es diversa por definición y por necesidad. Por eso, la biodiversidad es la mejor expresión de su lógica y, a la par, la garantía de su éxito”. Es muy esclarecedor el ejemplo que da acerca de las vides: de no haber existido las variedades espontáneas de vid americana, ahora hace un siglo la uva y el vino hubieran desaparecido en el mundo, debido a que la filoxera "liquidó hasta la última cepa de las variedades europeas, incapaces de hacerle frente". Comprometerse con el respeto de la biodiversidad biológica, concluye Folch, constituye una medida de elemental prudencia.

Ésa es una consideración de validez muy general: las flores que cultivamos en nuestros jardines y las frutas y verduras que comemos fueron derivadas de plantas silvestres. El proceso de cultivo de variedades seleccionadas por alguna característica útil debilita a menudo las especies y las hace propensas a enfermedades y ataques de depredadores. Por eso, también debemos proteger los parientes silvestres de las especies que utilizamos. Nuestras futuras plantas cultivadas pueden estar en lo que queda de bosque tropical, en la sabana, tundra, bosque templado, charcas, pantanos, y cualquier otro hábitat salvaje del mundo. Y el 70% de nuestros fármacos está constituido por sustancias que tienen un origen vegetal o se encuentran en algunos animales.

Continuamente estamos ampliando el abanico de sustancias útiles que proceden de otros seres vivos, pero el ritmo de desaparición de especies es superior al de estos hallazgos y cada vez que desaparece una especie estamos perdiendo una alternativa para el futuro. La apuesta por la biodiversidad no es, pues, una opción entre otras, es la única opción. Dependemos por completo de las plantas, animales, hongos y microorganismos que comparten el planeta con nosotros.

Sin embargo, movidos por intereses a corto plazo estamos destruyendo los bosques y selvas, los lagos…, sin comprender que es la variedad de ambientes lo que mantiene la diversidad y que las deforestaciones masivas e insostenibles privan de su hábitat a innumerables de especies. Estamos, además, envenenando suelos, aguas y aire haciendo desaparecer con plaguicidas y herbicidas miles de especies. Según un informe del año 2000 de la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN, http://www.iucn.org/), el 12% de las plantas, el 11% de las aves y el 25 % de las especies de mamíferos se han extinguido recientemente o están en peligro, según estimaciones que hicieron públicas en su denominada “Lista Roja de Especies Amenazadas ”. La directora de este organismo, fundado en 1948 y constituido por representantes gubernamentales de 76 países, 111 agencias medioambientales, 732 ONG y más de 10000 científicos y expertos de casi 200 países, señalaba que el aumento del número de especies en peligro crítico había sido una sorpresa desagradable incluso para aquéllos que están familiarizados con las crecientes amenazas a la biodiversidad: el ritmo de desaparición de especies era 50 veces mayor que el “natural”.

En la Conferencia Internacional sobre Biodiversidad, celebrada en París en enero de 2005, se contabilizaron más de 15000 especies animales y otras 60000 especies vegetales en riesgo de extinción, hasta el punto que el director general del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), Klaus Töpfer, señaló que el mundo vive una crisis sin precedentes desde la extinción de los dinosaurios, añadiendo que ha llegado el momento de plantearnos cómo interrumpir esta pérdida de diversidad, por el bien de nuestros hijos y de nuestros nietos. Pero, en realidad, ya hemos empezado a pagar las consecuencias: una de las lecciones del maremoto que afectó al sudeste asiático el 26 de diciembre de 2004, recordó también Töpfer, es que los manglares y los arrecifes de coral juegan un papel de barrera contra las catástrofes naturales y que allí donde habían sido destruidos se multiplicó la magnitud de la catástrofe.

Un dato a retener es que cerca del 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la especie humana cada año para, fundamentalmente, comer, obtener madera y leña, etc. Es decir, la especie humana está ya próxima a consumir tanto como el conjunto de las otras especies, lo que supone un indudable acoso a las mismas.

Por otra parte, existe el peligro de acelerar aún más el acoso a la biodiversidad con la utilización de los transgénicos. Puede parecer positivo, es verdad, modificar la carga genética de algunos alimentos para protegerlos contra enfermedades, plagas e incluso contra los productos dañinos que nosotros mismos hemos creado y esparcido en el ambiente. Pero esas especies transgénicas pueden tener efectos contraproducentes, en particular por su impacto sobre las especies naturales a las que pueden llegar a desplazar completamente. Sería necesario proceder a periodos suficientemente extensos de ensayo hasta tener garantías suficientes de su inocuidad. La batalla transgénica no enfrenta a los defensores de la modernidad con fundamentalistas de "lo natural", sino, una vez más, a quienes optan por el beneficio a corto plazo, sin sopesar los riesgos y las posibles repercusiones, con quienes exigen la aplicación del principio de prudencia, escarmentados por tantas aventuras de triste final (López Cerezo y Luján, 2000; Vilches y Gil, 2003; Luján y Echeverría, 2004). Nos remitimos a este respecto a las “Pautas para aplicar el Principio de Precaución a la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales” (http://www.pprinciple.net/).

Es urgente, pues, poner fin al conjunto de problemas (creciente urbanización, contaminación pluriforme y sin fronteras, explotación intensiva de recursos, introducción de especies exóticas… con graves consecuencias) que está provocando la degradación del planeta, contribuyendo así a salvaguardar la biodiversidad y evitar la extinción de especies (Duarte Santos, 2007), con medidas que salgan al paso de estos problemas y, en particular, planes de acción encaminados a proteger los hábitats y las diferentes especies de fauna y flora.

Iniciativas de protección y buen uso de la biodiversidad, de los valores ambientales, como las asociadas a la “Custodia del territorio” (Land stewardship) (estrategias e instrumentos que buscan la conservación de los valores naturales, culturales y paisajísticos de una zona determinada), convenios y acuerdos internacionales de protección de especies de fauna y flora, en contra del comercio internacional de especies amenazadas, etc., etc., que deben ser impulsadas con urgencia.

Cada 22 de mayo, desde que en 1992 se firmó el Convenio sobre Biodiversidad (CBD), enfocado a su conservación y al uso sostenible de la misma, se celebra el Día Mundial de la Biodiversidad. Es una fecha que puede y debe aprovecharse para hacer comprender que la pervivencia de los seres humanos está en serio peligro si continúa el actual proceso de extinción irreversible de especies, fruto de un crecimiento guiado por intereses particulares a corto plazo y absolutamente insostenible en un mundo finito, con graves consecuencias de contaminación, agotamiento de recursos, etc.

La construcción de un futuro sostenible precisa, en definitiva, como se reclamó en la Conferencia Internacional sobre Biodiversidad, un Protocolo de Protección de la Biodiversidad, sin olvidar la diversidad cultural que, como señala Ramón Folch, “es una dimensión de la Biodiversidad aunque en su vertiente sociológica que es el flanco más característico y singular de la especie humana”, de la que nos ocupamos específicamente en otro de los “Temas de Acciones Clave” al que nos remitimos (diversidad cultural):_ http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=12

Referencias bibliográficas en este tema “Biodiversidad”
DELIBES, M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino.
DIAMOND, J. (2006). Colapso. Barcelona: Debate
DUARTE SANTOS, F. (2007). Que Futuro? Ciência, Tecnologia, Desenvolvimento e Ambiente. Lisboa: Gradiva.
FOLCH, R. (1998). Ambiente, emoción y ética. Barcelona: Ed. Ariel.
LEWIN, R. (1997). La sexta extinción. Barcelona: Tusquets Editores.
LÓPEZ CEREZO, J. A. y LUJÁN, J. L. (2000). Ciencia y política del riesgo, Madrid: Alianza.
LUJÁN, J. L. y ECHEVERRÍA, J. (2004). Gobernar los riesgos. Ciencia y valores en la sociedad del riesgo. Madrid: Biblioteca Nueva/ OEI
VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia. Madrid: Cambridge University Presss. Capítulo 4.
Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2010). «Biodiversidad» OEI. ISBN 978-84-7666-213-7.

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