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domingo, 6 de abril de 2014

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Reflexión sobre las y los refugiados climáticos

Reflexión sobre las y los refugiados climáticos

PIERRE ROUSSET
Martes 1ro de abril de 2014
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[Elementos de reflexión basados en la experiencia asiática y presentados al Comité Internacional de la Cuarta Internacional el 23 de febrero de 2014]
Como en el caso de muchos otros movimientos comprometidos en la solidaridad con poblaciones víctimas de desastres humanitarios, después del tsunami que golpeó en 2004 el océano Indico hemos tenido que asumir de forma más central la amplitud de las catástrofes naturales (aunque sean de origen humano). Al año siguiente, Nueva Orleans en los Estados Unidos fue devastado por el huracán Katrina; después el norte de Pakistán y Cachemira por un temblor de tierra.
En este contexto presenté en 2006 un primer informe que pretendía introducir una reflexión sobre estas catástrofes, considerándolas ya en entonces un elemento de la situación mundial, analizando en sus fundamentos sociales las “políticas de ayuda” puestas en marcha por los poderes establecidos y abriendo la discusión sobre nuestras propias responsabilidades y tareas en este tema.
Este informe mostraba en particular que la solidaridad asegurada por las organizaciones progresistas “de campo” era eficaz, tanto en momentos de urgencia como de forma duradera. Para lo que tiene que ver con la urgencia, tomé el ejemplo de Pakistan, donde las primeras casas con materiales sólidos reconstruidas en Cachemira en una de las zonas devastadas por el terremoto lo fueron gracias a la campaña impulsada por la Labour Education Foundation y el Labour Party Pakistan. En lo que respecta a la forma duradera, me referí en concreto a la acción llevada por Areds en Tamil Nadu (India), donde “dalits” (parias) y pescadores se movilizaron juntos, por encima de las barreras de castas, y donde los barcos reconstruidos en los pueblos costeros se convirtieron en propiedad colectiva de las mujeres: la reconstrucción no debía ser “idéntica” –reproduciendo las desigualdades pasadas–, sino “mejor”, reforzando las solidaridades populares y combatiendo las dependencias.
Reconstruir “mejor” es un combate. En efecto, lejos de reducir las desigualdades sociales y las opresiones, las catástrofes humanas las acentúan porque los poseedores pretenden aprovecharse del estado de dependencia y de choque de las poblaciones siniestradas. Un ejemplo clásico es el desarrollo de complejos turísticos en el lugar donde había pueblos que fueron borrados del mapa por un tsunami. Una solidaridad internacional “de pueblo a pueblo”, de “movimiento a movimiento”, permite en cambio ayudar a los medios populares a defender mejor sus derechos en todas las etapas, de la ayuda de urgencia a la reconstrucción (viviendas, conciencias, economía...).
Han transcurrido ocho años desde ese primer informe y hay una nueva acumulación de experiencias. Las conclusiones políticas sacadas en aquel momento me parecen confirmadas. Sin embargo, es importante volver a abordar hoy desarrollos recientes y cuestiones poco o nada tratadas en el informe de 2006, en particular las reglas de la acción humanitaria.
I. Algunos desarrollos recientes
Señalemos entre los desarrollos recientes:
La extensión y agravación de los fenómenos climáticos extremos
El tifón Haiyan/Yolanda que golpeó a Filipinas en 2013 es el ciclón más violento jamás registrado a ras de tierra. Debería ser de clase 6 (clasificación internacional) o de clase 5 (clasificación filipina) –esos niveles no existían entonces, siendo la más elevada de 5 (4 en Filipinas). Es una muestra de la novedad del fenómeno.
El recalentamiento climático provoca una elevación de la temperatura media de las aguas y, por tanto, de su nivel y de la gravedad media de las inundaciones de origen marino a lo largo de las costas. La elevación del nivel de las aguas se conjugó con la potencia de los vientos (con ráfagas que superan los 300 Km/h) para provocar destrucciones de una rara amplitud en el centro de Filipinas.
Los fenómenos climáticos extremos no son exclusivos del Sur. Este invierno, Francia y Gran Bretaña han sufrido una sucesión muy poco habitual de tempestades violentas (con ráfagas por encima de los 150 Km/h), provocando destrucciones en las costas y repetidas inundaciones. Los Estados Unidos por su parte han conocido, según las regiones, una sequía y una ola de frío excepcionales (mientras que el invierno ha sido particularmente dulce en Europa occidental).
La interacción de las catástrofes “naturales” con otros desastres socio-humanitarios
Desde hace mucho tiempo se sabe que el caos climático agravará muchos conflictos, en particular por el control del agua. Citemos tres ejemplos recientes que muestran hasta qué punto las catástrofes naturales pueden provocar (o combinarse con) otros desastres sociales y humanitarios.
El ejemplo más dramático es por supuesto el Nordeste japonés, donde en 2011, con el telón de fondo de la irresponsabilidad y falta de preparación de los lobbies industriales y del gobierno, un temblor de tierra seguido de un tsunami devastador desencadenó la catástrofe nuclear de Fukushima, la más grave junto con Chernóbil.
Recordemos que muchas centrales nucleares fueron construidas junto a las costas, incluso en zonas sísmicas...
Una parte importante de Bangladesh está amenazado por inundaciones asociadas a las tempestades tropicales. Son ya numerosos los refugiados climáticos echados de sus pueblos. Los flujos migratorios, incluso transfronterizos, aumentan en un contexto de crisis social que favorece, tanto en India como en Bangladesh, intensas tensiones intercomunitarias.
En Filipinas, el tifón Hayyan/Yolanda ha afectado a millones de familias. Las zonas siniestradas se encontraban ya entre las más desheredadas del archipiélago y las poblaciones corren el riesgo de hundirse en una pobreza estructural duradera, mayor todavía. Muchos refugiados climáticos se han dirigido a la capital, a Cebu o a Mindanao, hinchando los bidonvilles. Se pide un esfuerzo suplementario a los inmigrantes filipinos que trabajan –con o sin papeles– en numerosos países y que ya antes enviaban mucho dinero a sus familias. La onda de choque social de un fenómeno climático extremo de gran amplitud amenaza con propagarse mucho más allá del territorio directamente afectado.
Los países del Norte están por lo general mejor preparados para hacer frente a las catástrofes climáticas y limitar la propagación de sus efectos sociales. Pero con el ascenso de la precariedad en esas sociedades y la reducción cada vez más drástica de los medios destinados a las políticas públicas de solidaridad, también hay que temer en este terreno una “tercermundialización” de una parte de Europa o de los Estados Unidos...
El Capital, de la inacción a la acción negativa
Frente a la crisis ecológica global, continuar como si nada ocurriera: ésta ha sido la filosofía de los lobbiescapitalistas y de los gobiernos a sus órdenes. Si se ha actuado, se ha hecho de forma marginal o, a menudo, limitándose a operaciones de comunicación. Es de temer que nunca llegue el tiempo para actuar, para lo peor y no para lo mejor.
En efecto, la crisis climática puede ser la ocasión de inmensas ganancias capitalistas. Ya se ha experimentado el mecanismo a pequeña escala. Se aseguran beneficios produciendo de forma contaminante y se garantizan nuevos beneficios vendiendo sistemas de descontaminación... La geo-ingeniería pretende elevar esta lógica a escala del planeta: verter limaduras de hierro en los océanos para captar el CO2 o dispersar azufre en la atmósfera para reducir la temperatura, o incluso poner en órbita espejos espaciales gigantes para reflejar los rayos de sol...
Ya están en curso, con apoyo de inversiones públicas, Investigaciones y experimentaciones en climato-ingeniería y geo-ingeniería. Ahora bien, su puesta en marcha provocará desequilibrios en cadena en la atmósfera o en los océanos (desde la multiplicación de las lluvias ácidas a la modificación de los ecosistemas marinos) cuyas consecuencias no pueden ser previstas. Implicará también un nuevo salto adelante de la producción y de su impacto sobre el caos climático y, en general, sobre la crisis ecológica global: una espiral infernal.
Para los capitalistas la razón ecológica pesa poco frente al encanto de la geo-ingeniería: además de inmensas ganancias, promete crear nuevos oligopolios que se beneficien de una posición rentista gracias a su control de sistemas planetarios, con el contrapunto del reforzamiento de su poder político dictatorial sobre la sociedad.
Haití y la crisis del sistema de ayuda institucional
No voy a extenderme sobre esta cuestión, pero el increíble marasmo en que la ayuda institucional hundió a Haití, tras el seísmo de enero de 2010, ha tenido consecuencias muy profundas, mostrando hasta qué punto las políticas gubernamentales y la intervención de algunas ONGs podían alimentar lógicas perversas, descalificando para mucho tiempo los llamamientos a la solidaridad ante muchas personas de buena voluntad: quiebra homicida de la ONU y de los gobiernos, creación de un “mercado de la ayuda” con la competencia entre asociaciones humanitarias, abandono de la población siniestrada a su suerte...
¡No decía en 2006, ni digo ahora, que ninguna asociación humanitaria internacional no hiciera un buen trabajo! Pero hay que contribuir a crear condiciones que permitan a quienes hacen buen trabajo de solidaridad cooperar de forma más eficaz con movimientos sociales progresistas.
Conclusiones
De todo ello, saco tres conclusiones:
– Los efectos de la crisis climática se hacen sentir cada vez más. Hay que atacar la fuente del problema, oponiendo a la lógica capitalista una política pública basada en las exigencias sociales y ecológicas, para limitar primero y detener después el recalentamiento atmosférico, lo que requiere necesariamente medidas anticapitalistas radicales. Pero hay que tener plenamente en cuenta que esta crisis es un hecho presente, que tiene ya consecuencias que debemos integrar en el análisis de la situación mundial y en la definición de nuestras tareas.
– La primera de estas tareas sigue siendo el despliegue de una solidaridad independiente de los poderes establecidos. Esta era la principal conclusión del informe de 2006. No la podemos delegar en las instituciones o en los “profesionales de la ayuda”. Ha habido progresos en este terreno, aunque limitados. Y no podemos responder nosotros solos al problema planteado. Es muy importante asociar (o asociarse con) organizaciones progresistas implicadas en este campo de acción, sindicatos, movimientos campesinos, etc.
– Hay que seguir aprendiendo de la experiencia todavía reciente y llenar las lagunas del informe de 2006. Necesitamos un verdadero trabajo colectivo de reflexión en un campo de intervención de importancia creciente, aunque para nosotros sigue siendo todavía muy nuevo.
II. Lecciones recientes
Tampoco aquí reflexionamos en el vacío: debemos aprender de movimientos dedicados desde hace tiempo a las ayudas humanitarias. Aunque en algunos países, como Filipinas, nuestra propia experiencia es lo suficientemente rica para alimentar nuestra reflexión. Quiero abordar tres cuestiones poco o nada tratadas en mi informe de 2006: los principios de la ayuda humanitaria, la cuestión de los refugiados climáticos como nuevo sector social y la política de prevención, y retomar la importancia de las decisiones sobre reconstrucción.
Las reglas de la ayuda humanitaria
En 2006 insistí en el hecho innegable de que la acción humanitaria no escapa a la política. Los poseedores intentan aprovecharse de la crisis para reforzar su dominio de la sociedad y favorecer sus propios intereses. Nosotros pretendemos ayudar a los más desfavorecidos para que no sean los olvidados de la ayuda y puedan defender sus intereses hasta y durante la reconstrucción socio-económica.
Pero si nos quedamos en eso, corremos el riesgo de concluir que “todo es política”, a costa de ignorar las reglas de la acción humanitaria en tiempos de catástrofe.
Hagamos un paralelismo con la acción médica. Un grupo de médicos progresistas preferirá intervenir en medios populares mejor que en los barrios elegantes; pero allí donde ejerzan, atenderán a todo el mundo, rico o pobre. Nosotros preferimos dar apoyo prioritariamente a comunidades desfavorecidas, donde muchas veces no llega la ayuda institucional, o lo hace poco y tarde; pero la ayuda será distribuida en función de las necesidades (amplitud de las destrucciones de que son víctimas cada familia y su estado de indigencia) sin que las posiciones políticas de unos o de otros sean una condición previa.
Esta cuestión es especialmente sensible tras una catástrofe climática de gran amplitud: tales devastaciones hacen que el tejido social se desgarre y las poblaciones supervivientes queden muy traumatizadas, perdiendo su libre arbitrio. Los supervivientes, además de perder a sus seres queridos, han perdido todo lo demás: vivienda, bienes y medios de existencia (barcos de pesca, material agrícola o de transporte, cosechas o plantaciones, fuentes de empleo...); la propia economía queda devastada. Hay que volver a partir literalmente de cero. Cuanto más vasta es la zona siniestrada, más profundo es el sentimiento de abandono, el sentimiento de encontrarse sin futuro.
Por lo general, los movimientos sociales no resisten a un gran cataclismo y, en el mejor de los casos, hace falta tiempo antes de volver a encontrar capacidad de acción. Por ejemplo, en Tacloban (la principal ciudad portuaria de la isla de Leyte), tras el paso del tifón Haiyan/Yolanda, el sindicato militante de conductores de triciclos quedó atomizado. Hubo que reanudar los contactos y ocuparse de las familias hundidas en la miseria, ayudarles a encontrar comida y bebida, y después alojamiento, mucho antes de que el sindicato pudiera jugar de nuevo un papel de actor social.
Los socorros urgentes pretenden atajar lo más perentorio, pero también volver a crear condiciones indispensables para la recuperación de una actividad colectiva. Es un momento muy delicado, que las potencias establecidas (grandes familias poseedoras, partidos clientelistas, iglesias identitarias...) aprovechan para exigir una “deuda de reconocimiento” a cambio de la ayuda (más o menos real) aportada.
¿Cuál puede ser la relación entre acción humanitaria, con sus principios “apolíticos” (ofrecer una ayuda sin condiciones a poblaciones siniestradas), y compromiso político ante las capas populares en lucha por sus derechos en tiempos de crisis? Nuestros principios de autoorganización, concebidos como la condición de la autoemancipación. Los poderes establecidos intentan permanentizar el estado de dependencia de una población siniestrada, nosotros intentamos favorecer su capacidad de autoafirmación, de independencia; ésa es la diferencia.
Los refugiados climáticos: sector social, movimiento social
Una de las principales lecciones de nuestra experiencia reciente es que en los países golpeados por catástrofes climáticas recurrentes aparece un nuevo medio social, un nuevo sector social: las poblaciones “supervivientes”, los refugiados climáticos. Si los ricos tienen los recursos suficientes para recuperar rápidamente su posición en la sociedad, no ocurre lo mismo con los pobres (o con las familias brutalmente pauperizadas por la catástrofe). En ausencia de una intervención pública masiva y eficaz a su favor, están condenados a sufrir durante mucho tiempo las consecuencias de estos desastres; mientras, otros cataclismos crean nuevas poblaciones supervivientes ¡o golpean de nuevo a las víctimas del anterior!
Se puede trazar un paralelismo con los parados y precarios en la Europa de postguerra. Ayer, un parado o parada no era en general más que un asalariado entre dos empleos; hoy día, es un medio social con sus permanencias y su renovación constante. Ayer, el estatus de precario era marginal (hasta los inmigrantes solían beneficiarse de un trabajo estable); hoy día se vuelve norma. Aparecen (o reaparecen) nuevos medios sociales, lo que exige (re)pensar, percibir sus posibles formas de autoorganización, sus dinámicas.
Las situaciones de catástrofe humanitaria en Mindanao no son de hoy, sobre todo debido a los continuos conflictos militares, y nuestros camaradas tienen una larga experiencia en este terreno. No obstante, sólo recientemente se han vuelto frecuentes los ciclones de fuerte intensidad en el sur filipino (antes golpeaban sobre todo el centro o el norte del archipiélago). En diciembre de 2011, el tifón Washi/Sendong y las inundaciones devastaron regiones costeras donde nuestros camaradas están activos, en particular en Iligan, donde están implantados en barrios populares. Por primera vez, se enfrentaron directamente a los efectos devastadores, psicológicos y sociales de dichas catástrofes climáticas y a la aparición de este medio social constituido por los refugiados climáticos. Movilizaron sus redes militantes en esta provincia y en las vecinas: fue una “primera experiencia” que les permitió estar mejor preparados para actuar cuando un tifón mucho más violento, Haiyan/Yolanda, golpeó el centro del archipiélago dos años más tarde.
Nacieron movimientos de “supervivientes”, autoorganizados, animados por víctimas de la catástrofe climática. Dos años más tarde, cuando el combate por sus derechos continuó en Iligan (Mindanao), cuadros surgidos de esta experiencia estuvieron en Leyte (Visayas) para dar apoyo a las víctimas del súper tifón Hiyan/Yolanda: estos movimientos se inscriben en el tiempo, se reconocen, pueden ayudarse y tejer vínculos, afirmarse en el plano nacional y, por qué no, en el internacional.
Las poblaciones siniestradas tienen derecho a esperar ayuda y solidaridad, lo que nos toca de lleno cuando tenemos capacidad para ofrecer la una y la otra. Pero más allá de este plano, digamos, “elemental” tenemos que responder también a la emergencia de un nuevo sector social (los refugiados climáticos) que exigen formas de organización propia y ¡que pueden implicar a millones de personas! A causa de la propia profundidad del siniestro, las cuestiones clásicas a que nos enfrentamos en las movilizaciones se plantean con particular agudeza: desigualdades de clases y de estatus, opresión de género, tensiones intercomunitarias, racismos e intolerancias religiosas, castas (cuando las hay), violencias contra las mujeres, situación y necesidades específicas de los niños...
Quiero insistir sobre este punto: intervenir en un nuevo (para nosotros) sector social es complejo –hay que aprender de la experiencia– y es un reto fundamental que afecta a toda la organización. No es una responsabilidad pasajera, marginal, el tema para una comisión ad hoc y algunos “especialistas” en ayuda humanitaria, llenos de buena voluntad. El conjunto de la organización debe comprender lo que hay de nuevo en este terreno, ser capaz de movilizar sus recursos militantes, sostener una acción a largo plazo; saber reaccionar sin retraso cuando una nueva zona resulta golpeada y tomar muchas medidas: redespliegue de cuadros, colectivización de la experiencia, formación en los principios básicos de la acción de urgencia, etc.
Este campo debe estar integrado también en el programa general de la organización. Ya se han citado muchas facetas de esta cuestión y hoy sólo quiero insistir en dos de ellas: la prevención de los riesgos y la reconstrucción en interés de las capas populares.
La política de prevención de riesgos
El informe de 2006 no concedió a la política de prevención de riesgos la importancia que merece. Para los países afectados por fenómenos climáticos extremos y recurrentes (cada vez más numerosos), no se trata de un vago “principio de precaución”: dichos riesgos están comprobados y hay departamentos administrativos dedicados a prevenirlos. Si los gobiernos se muestran impotentes frente a los desastres, lo son con pleno conocimiento de causa.
Las razones de que un gobierno falle en sus responsabilidades son múltiples: indiferencia de las élites por la suerte de los pobres, corrupción, ... Estas razones pueden ser muy profundas. Por ejemplo, en Filipinas, la distribución de los fondos y la puesta en marcha de los socorros nacionales pasan por las autoridades locales, no para reforzar la democracia directa sino porque en un régimen clientelista eso favorece a todos los niveles las relaciones de patronazgo o la negociación de alianzas entre “grandes familias”. Problemas: una gran catástrofe climática vuelve impotentes a las autoridades locales y el sistema se atasca.
Más en general, la prevención no se limita a un conjunto de medidas “técnicas” (disponibilidad de medios de socorro...). No se puede, por ejemplo, prevenir los riesgos de inundación por lluvias torrenciales o por elevación del nivel de los océanos sin enfrentarse a poderosos lobbies económicos: minas, agro-industria, sector inmobiliario, turismo, especulación financiera... Lo cual exige que el Estado haga prevalecer el interés común sobre los intereses privados capitalistas.
En este terreno hay una relación muy estrecha entre un programa de urgencia para proteger a la población y un conjunto de “reivindicaciones transitorias” cuya legitimidad resulta evidente (¡hay que evitar desastres humanitarios!) y que implican, para ser puestas en práctica, atacar la omnipotencia del Capital.
La política de reconstrucción
Volvemos a encontrar esa relación en cuando se trata de la política de reconstrucción que defendemos tras una catástrofe climática. El informe de 2006 ya lo subrayaba. Digamos de manera muy sintética que la reconstrucción nos plantea muy directamente la cuestión de la reforma agraria en el mundo rural y de la reforma urbana en la ciudad. Se trata por una parte de exigencias dirigidas a las autoridades pero, por otra, también de lo que los movimientos de supervivientes pueden iniciar por sí mismos.
En los pueblos devastados, no basta con reconstruir las viviendas; hay que reconstruir las condiciones generales de existencia. Las autoridades deben proporcionar parcelas de terreno a las familias siniestradas para que puedan producir sin tener que esperar, por ejemplo, a que maduren los nuevos cocoteros. Además, los movimientos pueden, por propia iniciativa, revitalizar una agricultura campesina que ayude a estabilizar el tejido social, a no depender sólo de los monocultivos o de los propietarios de las tierras, asegure un entorno más sano para los niños y participe de un programa de lucha contra el recalentamiento atmosférico. Es crucial el intercambio de experiencias: campesinas y campesinos comprometidos desde hace años en una agricultura biológica en Mindanao aportaron su saber hacer a las comunidades rurales siniestradas de Leyte.
En las ciudades, la reconstrucción pilotada por las autoridades en los barrios populares puede llevar a situaciones desastrosas cuando una gran parte de los fondos concedidos acaban siendo desviados, las normas urbanísticas mínimas no son respetadas y las condiciones de existencia no son tenidas en cuenta: expulsión de los siniestrados lejos de las zonas de trabajo, de los transportes colectivos y de los servicios de salud; falta de intimidad en los inmuebles y niños dejados “al aire libre”, sin protección, cuando sus padres están ausentes; creación de guetos, zonas propensas a la criminalidad... El combate por el derecho a la vivienda y por un urbanismo concebido en interés de los pobres toma entonces un carácter particularmente vital contra la gran propiedad inmobiliaria y la especulación de los terrenos.
La lucha de los refugiados climáticos se une así a los movimientos campesinos y de pobres urbanos, favoreciendo las pasarelas, las convergencias y la formación de coaliciones territoriales o sectoriales, del nivel local al nacional.
III. La solidaridad internacional
La coalición Mi-HANDs (Mindanao) se constituyó en respuesta a las devastaciones producidas por el supertifón Haiyan/Yolanda. Ha realizado un esfuerzo considerable para llevar socorro a las comunidades siniestradas en el norte de la isla de Leyte. La campaña realizada se ha basado ante todo en su capacidad para movilizar recursos militantes, pero también al apoyo recibido a nivel internacional.
Sin tener en cuenta préstamos, Mi-HANDs ha recibido hasta ahora 32.000 euros; unos 1.000 euros vía la campaña iniciada por Europa Solidaria Sin Fronteras (ESSF). Doy las cifras para demostrar que, incluso a nuestra escala, lo que se puede hacer cuenta efectivamente. Y que este apoyo debe continuar, ahora que Mi-HANDs emprende una nueva etapa: rehabilitación y reconstrucción de pueblos devastados.
ESSF ha recibido el apoyo de muchas personas y organizaciones, algunas de las cuales están reunidas en esta sala. No obstante, sus medios siguen siendo demasiado limitados. Sólo puede iniciar una o dos campañas financieras al año, exclusivamente con destino a Asia. Las cantidades colectadas son muy insuficientes, a la vista de las necesidades. ESSF no puede apoyar a sus socios locales tanto como haría falta (grandes asociaciones de solidaridad emprenden sus programas de reconstrucción para 10 años...). Hay que ampliar la base de la solidaridad.
Topamos con una dificultad: la pérdida de las tradiciones de “solidaridad popular”, “movimiento a movimiento”. Hace tiempo ya que las organizaciones progresistas no se comprometen en este terreno, dejándoselo a asociaciones y ONGs especializadas (o a organizaciones paragubernamentales). En el mejor de los casos, un sindicato, por ejemplo, concede ayuda a su organización hermana en el país afectado por una catástrofe humanitaria. Se han realizado algunos progresos estos últimos años, por ejemplo ESSF ha colaborado en Francia con la Unión Sindical Solidarios. Además, otros movimientos defienden concepciones muy próximas a las nuestras en esta materia, como el Socorro Popular francés.
Tenemos todavía mucho que aprender, incluyendo a asociaciones que realizan acciones de solidaridad desde hace muchos años. Podemos también incitar a otros partidos y movimientos progresistas a comprometerse en este terreno y favorecer la asunción de esta cuestión en redes militantes como el Fórum Popular Asia-Europa (AEPF). Tenemos un papel que jugar, por modesto que sea, en el desarrollo de este compromiso internacionalista o en la reflexión política sobre lo que esto implica.
A la vez que continuamos las campañas de solidaridad financiera (en estos momentos hacia Filipinas).
24/03/2014

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