Albert Portillo
En lucha
La cuestión del estado y el papel que éste puede jugar a favor o en contra de los procesos de cambio social es un tema que, como un boomerang, cuando parece que lo hemos perdido de vista vuelve rápidamente al centro del debate cuando las luchas sociales y políticas son lo suficientemente fuertes como para trastocar el status quo.
El proceso revolucionario en Egipto, las luchas enormes que se dan en Grecia, donde la posibilidad de asaltar las instituciones por parte del movimiento obrero y sus organizaciones políticas parece tangible, los gobiernos de izquierdas en Latinoamérica, etc. En todo el mundo tarde o temprano se plantea la cuestión del estado: ¿Es un aparato neutral? ¿Se puede utilizar en favor de las clases populares? ¿De qué manera?
Si no queremos repetir los errores del pasado se hace necesario recordar las experiencias y los análisis sobre estas cuestiones.
Una fuerza viva
En primer lugar, en respuesta a la primera pregunta formulada, hay que clarificar con contundencia que el estado no es un aparato neutral. Ni es un aparato, ni es neutral. No es como un electrodoméstico que se puede encender y apagar cuando nos convenga, sino que es una institución de dominación y reproducción del capital, atravesado de arriba abajo por las contradicciones de clase de la sociedad burguesa. Es una fuerza viva en este sentido.
Su dirección, ejecutivos públicos, altos burócratas (secretarías generales, direcciones generales, consejeros y consejeras, etc.), representa y es parte de la clase económicamente dominante, es decir, la burguesía. Al mismo tiempo, sin embargo, hay toda una franja de gente trabajadora que cumple las directivas del estado capitalista (personal de sanidad, educación, transporte, etc.) y la lucha de clases se da también en el seno mismo del estado y la administración pública como resultado de los intereses contrapuestos.
En este sentido Lenin explicaba en su libro El estado y la revolución que “el estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El estado [...] es una fuerza que está por encima de la sociedad que ‘se divorcia cada vez más’ de ella, y es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del estado, que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma forma este ‘divorcio’.”
Alguien dirá que el análisis de Lenin es muy acertado, pero que no se puede extraer de su contexto revolucionario de 1917 o que en los estados democráticos occidentales no es necesaria una revolución violenta porque con la toma de las instituciones, por vía electoral, y cierta presión social se podrían emancipar las clases populares. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Violencia
El estado, que es una construcción social de las clases dominantes, se caracteriza prácticamente por una única cosa: el monopolio de la violencia, el cual consiste en la organización de cuerpos armados especiales para defender el estado capitalista y los intereses de las clases dominantes.
Estos cuerpos armados especiales son la policía antidisturbios y el ejército. Estos están para ello especialmente concienciados de su rol, sobre todo los altos mandos militares y policiales tienen bien claro su papel de último bastión.
Pensar que es posible ganar una cita electoral y que entonces será posible la transformación social es tirar por la borda la memoria histórica obrera y revolucionaria.
Desgraciadamente podemos encontrar muchos ejemplos en los que gobiernos reformistas de izquierdas, al llevar a cabo tímidas reformas se han topado con el ejército.
Por eso tanto Marx, como Lenin, como Andreu Nin, como el marxismo revolucionario siempre han enfatizado la necesidad de destruir el estado y de combatir y eliminar sus cuerpos represivos, como paso necesario del avance de la revolución.
Marx se dio cuenta de esta necesidad a partir de la observación de las revoluciones de 1848 y, sobre todo, con la experiencia de la Comuna de París de 1871 (ver Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850 y Guerra civil en Francia).
Lenin captó esta necesidad en el transcurso de la segunda revolución rusa en 1917, cuando a pesar de la deposición del zar y el establecimiento de un gobierno liberal continuó la misma opresión y dinámica imperialista. Y Andreu Nin en el transcurso de la revolución española observaba la necesidad de romper con la maquinaria del estado y transformarla de tal manera que dejara de estar separado de la sociedad: el control obrero, las milicias populares, los comités antifascistas, etc. implicaban destruir el estado burgués y transformarlo de nuevo en una institución controlada por las clases populares.
Como se ha visto en la Revolución egipcia, en 1988 en Colombia cuando la Unión Patriótica hacía de caballo de Troya en las instituciones o en Chile en 1973, el estado no es una herramienta neutral.
Cuando desde el movimiento obrero se plantee conquistar instituciones de poder con miras a llevar a cabo políticas anticapitalistas y potencialmente revolucionarias nos encontraremos todo el peso en contra de la Troika y del estado propio.
La transformación social sólo será posible con la lucha en los centros de trabajo y en las calles.
Las limitaciones de los cambios desde arriba
Mediante la experiencia de los distintos gobiernos de izquierdas de Latinoamérica podemos aprender mucho sobre las enormes limitaciones que se generan al pretender transformar la sociedad exclusivamente desde las instituciones.
Tristemente Chile es un caso, la propuesta de un cambio gradual desde el parlamento hasta el socialismo por parte de Allende condujo a tímidas reformas que desmovilizaron las asambleas combativas. Cuando la estructura del estado, con Pinochet a la cabeza, reaccionó dando el golpe de estado, fue demasiado tarde para detener a los militares golpistas.
En Venezuela el gobierno de Hugo Chávez ha llevado a cabo unas políticas muy radicales, no tanto por la personalidad de Chávez como por el proceso de empoderamiento de las clases populares. La autoorganización de la clase trabajadora consiguió detener el golpe de estado de la patronal del 2002.
Hay que tener claro que sólo con un proceso de movilización masiva podremos hacer frente a las ideas que lo sustentan, porque en los procesos de empoderamiento colectivo las viejas ideas se enfrentan a nuevas ideas surgidas de la experiencia de cambio basado en la actividad de las grandes mayorías.
El problema principal se da en que una parte de la izquierda ve el tener un gobierno progresista como un fin en sí mismo. Entonces ocurre que todas las concesiones son pocas para evitar que la derecha gane, la actuación política pasa a guiarse por lógicas electoralistas y parlamentarias para ver si sumando escaños de aquí y de allí se puede constituir un gobierno.
Herramienta
Más recientemente la posibilidad de que Syriza gane las elecciones en Grecia plantea el tema de los cambios que podrían hacerse desde las instituciones. El problema radica en que la dirección de Syriza usa de manera instrumental las luchas para ganar popularidad de cara a las elecciones, al tiempo que modera sus reivindicaciones hacia la deuda y el euro para ser una “izquierda responsable”. Pero en realidad la tarea de la izquierda es poner sus organizaciones al servicio de las luchas, para aprender de ellas e impulsarlas, es entender la acción institucional como una manera de hacer llegar a más gente los procesos sociales de lucha organizados desde abajo, que es donde la democracia resiste.
Albert Portillo (@ albert_1917) es militante de En lluita / En lucha