De manera puntual nos referiremos a la sociedad del riesgo entendida como una sociedad en la que vivimos permanentemente con la sensación de situaciones reales o potenciales que pueden ser peligrosas, incluso catastróficas, que competen a una relación directa o indirecta con la ciencia y la tecnología.
La sociedad del riesgo implica dos grandes grupos de riesgos:
i) aquellos que un individuo está enfrentado por las acciones y decisiones de otros individuos;
ii) aquellos riesgos que son relativos a circunstancias ajenas al ser humano, como es el caso de catástrofes naturales que son imputables directamente a la naturaleza, o bien a Dios como solía ser en otros tiempos.
Sin embargo, éstas últimas catástrofes entran en el lenguaje de la sociedad del riesgo cuando se evalúa lo que se hizo o se dejó de hacer para prevenirlas o al menos para mitigar su daño (piénsese por un momento en la declaración que hizo el Ministro de Defensa de Chile, al señalar la responsabilidad de la fuerza naval por no haber detectado con celeridad y comunicado a la ciudadanía, sobre la ola que finalmente inundó una región en Chile).
Para Ulrich Beck, creador de la noción la Sociedad del Riesgo, no es posible evitar el riesgo, lo que sí podemos es mitigarlo, analizarlo, evaluarlo, pero no es posible evitarlo en tanto está presente en todos los aspectos de la vida contemporánea. Pensemos por un momento en los alimentos que consumimos, pueden haber sido producidos a partir de organismos genéticamente modificados; pensemos en una u otra elección de transporte, los riesgos que dicha elección acarrea; también en la salud, la proliferación de nuevas enfermedades a partir de mutaciones de virus, que implican la introducción de nuevas vacunas y con ello nuevas características sobre los sistemas biológicos. Mary Douglas y A. Wildavsky (1982) planteaban irónicamente la situación que esto genera, al preguntarse de qué tiene miedo la gente y contestaban: “De nada realmente excepto de los alimentos que comen, el agua que beben, el aire que respiran, la tierra sobre la que viven y la energía que usan”. La sociedad del riesgo, que compete a todas las sociedades modernas actuales, se enfrenta al efecto bumerang o retorno que se sigue de la naturaleza global e ineludible del riesgo. En otras palabras, los riesgos de la modernización afectan más tarde o más temprano también a quienes los producen o se benefician de ellos. Contienen un efecto bumerang que hace saltar por los aires el esquema de clases. Ni los ricos, ni los poderosos, ni los expertos, ni lo políticos, ni los sacerdotes están seguros ante ellos.
Quizá un ejemplo sobre este particular lo constituya el cambio climático, en donde los países más industrializados están siendo igualmente afectados por el cambio climático. Como lo señalara Ross Gelbspan (2005), el huracán que azotó la costa del sur de EE UU, apodado Katrina por el Servicio Meteorológico Nacional, su verdadero nombre es calentamiento global. “Cuando el año empezó con una nevada de 60 centímetros de nieve en Los Ángeles, la causa fue el calentamiento global. Cuando los vientos de 200 kilómetros por hora cerraron centrales nucleares de Escandinavia y cortaron el suministro eléctrico de centenares de miles de personas en Irlanda y Reino Unido, el impulsor fue el calentamiento global. En julio, cuando la peor sequía registrada provocó incendios en España y Portugal y los niveles de agua en Francia eran los más bajos en 30 años, la explicación fue el calentamiento global. Cuando una ola de calor letal en Arizona mantuvo unas temperaturas superiores a los 43 grados centígrados y acabó con la vida de más de 30 personas en una semana, el culpable fue el calentamiento global. Y cuando la ciudad india de Bombay (Mumbai) acumuló un metro de agua en un día, lo que mató a 1.000 personas y desbarató la vida de 20 millones más, el villano fue el calentamiento global. A medida que la atmósfera se calienta, genera sequías más prolongadas, lluvias más intensas, olas de calor más frecuentes y tormentas más rigurosas”.
Sin embargo aquí no debemos engañarnos, aunque el efecto bumerang se presenta y los efectos de los riesgos también cobijan a los productores de situaciones de riesgo, como en este caso los países más industrializados, las consecuencias no se pagan por igual entre ricos y pobres. Los riesgos producen nuevas desigualdades internacionales, por una parte entre el Tercer Mundo y los Estados industrializados, por otra parte entre los mismos Estados Industrializados. Pero son los pobres los que pagan las mayores consecuencias de la falta de prevención ante los riesgos.
Otra de las características importantes de la sociedad del riesgo tiene que ver la sustracción de la comprensión humana inmediata de discusiones acerca del riesgo. Debates alrededor de temas como la presencia de sustancia nocivas y tóxicas que contiene el aire, el agua y los alimentos; la destrucción de la naturaleza y el medio ambiente; esas y otras cuestiones relacionadas con contaminaciones nucleares o químicas, sustancias nocivas, cáncer, etc., se consideran que no son propias del público no experto. En otras palabras, son los expertos tecnócratas los que suelen acudir con frecuencia al argumento de que el público desconoce y está desinformado sobre dichas cuestiones, para justificar cualquier negativa al control e intromisión exterior en sus actividades y decisiones.
Lo que vemos en esta característica es una cierta pretensión y monopolio de la racionalidad, en donde los riesgos han sido cuantificados técnicamente por los expertos, y por lo tanto los públicos en general no tendrían mayor conocimiento y percepción de esta clase de problemas.
La intromisión del público ha sido vista muchas veces por la comunidad de expertos como una interferencia externa. Es decir, las cuestiones relativas a los riesgos no se plantean en espacios de participación pública. La visión tradicional de la participación es que las decisiones relativas a las cuestiones técnicas, deberían estar en manos de los expertos y científicos. Desde la tecnocracia se sugiere que la incompetencia humana limita la capacidad pública para ser efectivamente envolvente en decisiones complejas (lo que se ha llamado el modelo del déficit). Expresan dudas acerca de que el público no experto entienda de cuestiones como la incertidumbre y la naturaleza de la ciencia, entre otros aspectos.
Pero ¿cuál es la naturaleza del riesgo? Se considera que aunque el riesgo de que algo ocurra es real, el grado exacto y la naturaleza de este riesgo no son confirmables hasta que ocurre evidentemente un hecho. Como señala Shrader-Frechette (1991), estamos frente a un objeto en el que nos toca partir de él por ciertas creencias. Esto no quiere decir que el riesgo científico-tecnológico no sea un hecho epistemológicamente objetivo, lo que queremos insistir con la aseveración de la creencia es que el riesgo vincula prácticas, creencias, juicios y estimaciones sociales, lo que le da un cierto estatuto ontológico subjetivo, en tanto que depende de prácticas, grupos y representaciones humanas para existir (García, 2005).
Hay que considerar que todo riesgo es un riesgo percibido, puesto que la naturaleza del mismo depende en parte de las creencias, pero el que sea percibido le da un carácter real, dadas las posibles consecuencias que pudieran generarse. El riesgo presenta una característica que lo hace potencialmente peligroso: una falta de precaución puede generar catástrofes que en principio no se consideraban que ocurrieran. En el riesgo, basta con que pueda suceder para considerar su veracidad, frente a lo que hay actuar para reducir la incertidumbre.
Para Bechmann (1995), el riesgo es una modalidad atenuada de la inseguridad: donde hay inseguridad, se busca que sea controlada mediante el cálculo del riesgo. En este sentido la noción del riesgo indica que puede hacerse algo frente al peligro: recogerse más información, invertirse más recursos en tiempo o dinero, promulgarse nuevas leyes (Luhmann, 1991). Para Wynne (1992), desde un paradigma preventivo, el riesgo sería una forma atenuada de ignorancia respecto a eventualidades futuras.
Pero el riesgo se puede gestionar. Partiríamos de tres orientaciones o enfoques principales en la evaluación y comprensión del riesgo: el enfoque formal-normativo, el enfoque psicológico-cognitivo y el enfoque cultural-sociológico. El primero de ellos consiste en “medir” el riesgo de una actividad o producto tecnológico para hacer una valoración de los riesgos y posibles daños a través de grupos afectados, con la ayuda de técnicas especiales como el análisis riesgo-beneficio. Es decir, se trataría de asignar probabilidades numéricas a las diversas respuestas a la pregunta: “¿qué sucederá?”. Este planteamiento formal tiene como meta declarada desarrollar una medida universalmente válida para el riesgo con la ayuda de la cual se pudieran establecer comparaciones entre los distintos tipos de riesgos (por ejemplo 1000 dólares por cada vida humana, tal como sucedió en los EEUU a finales de los años 70 del pasado siglo respecto de los riesgos por accidentes con la energía nuclear - Shrader-Frechette, 1980-).
El enfoque psicológico- cognitivo considera que a pesar de que no hay una psicología del riesgo, se busca valorar la dicotomía entre los riesgos “aceptables” y los riesgos “percibidos”. Sin embargo, la sociedad carece de consenso para determinar lo “aceptable”.
En el caso del enfoque sociológico-cultural, los riesgos están sometidos al proceso social de comunicación y se establecen como tales mediante el mismo. Por tanto, los riesgos no son “verdaderos” (reales) o “falsos” (irreales), sino que depende de la estimación de los afectados y del contexto socio-cultural. Y es en éste último enfoque donde toma especial importancia la forma de comunicar y educar en la sociedad del riesgo.
¿Desde nuestra perspectiva de educadores, cuáles podrían ser las medidas que pudiéramos tomar para educar en la sociedad del riesgo?
¿Qué tipo de procesos deberíamos atender para construir una percepción del riesgo que considere la prevención y precaución como un asunto real en el proceso educativo, de tal forma que no tengamos que esperar las catástrofes para saber que algo podía ocurrir? ¿Cómo abordar el tema de la sociedad del riesgo con los jóvenes, sin fatalismos ni valoraciones moralistas?
¿cómo involucrar este tema de la sociedad del riesgo, en la estructura, cultura y finalidades de la educación científica y tecnológica?
Referencias
Beck, Ulrich. (1986), La sociedad del riesgo, Barcelona: Paidos: 1998.
Bechmann, Gotthard. (1995), “Riesgo y dessarrollo técnico-científico. Sobre la importancia social de la investigación y valoración del riesgo”, Cuadernos de Sección. Ciencias Sociales y Económicas, 2: 59-98 (Donostia: Eusko Ikaskuntza).
Douglas, M. y A. Wildavsky (1982), Risk and culture: an essay on the selection of technological and environmental dangers, Berkeley: University of California Press.
García, Patricia. (2005), La caracterización del riesgo tecnocientífico: Una aproximación desde la filosofía naturalista de la ciencia, Universidad de Oviedo: Tesis Doctoral, Departamento de Filosofía.
Ross, Gelbspan. (2005), The heat is on y boiling point, s.d.
Shrader-Frechette, K. (1991), Risk and rationality: philosophical foundations for populism reforms, Berkeley: University of California Press.
Shrader-Frechette, K. (1980), Energía nuclear y bienestar público, Madrid; Alianza, 1983.
Wynne, B.(1992), “Incertidumbre y aprendizaje ambiental: reconcebir la ciencia y la política en un paradigma preventivo”, en: González García et al. (1997).
Por Carlos Osorio
Tutor Comunidad de Educadores por la Cultura Científica
La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad fue publicado en el año 1986 (la edición en castellano es de Paidós, del año 1998) y desde su publicación ha dado lugar a un nuevo enfoque en la disciplina que podríamos denominar “sociología del riesgo”.
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