Por: Farid Kahhat Internacionalista (Catedrático de la PUCP)
Los legos no sabremos mucho sobre ciencia, pero creemos saber algo sobre los científicos, y es que su coeficiente intelectual suele ser inversamente proporcional a su inteligencia emocional. No en vano la física, reina indiscutida entre las ciencias, nos provee a los protagonistas de “The Big Bang Theory”, comedia que apenas requiere parodiar la idiosincrasia del gremio para lograr un efecto humorístico.
Por eso, es particularmente paradójico el poder que algunos científicos han adquirido en las últimas décadas. Al punto de dar lugar al estudio de las denominadas “comunidades epistémicas” como una nueva veta dentro de la investigación académica en relaciones internacionales. El concepto de comunidad epistémica puede entenderse a partir del más insigne de sus ejemplos: el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático. Dada la enorme complejidad del tema, los principales estados acordaron deferir parte de la autoridad sobre el mismo a un connotado grupo de científicos. En este caso, los términos de un debate sobre la existencia, causas, consecuencias y posibles soluciones de un problema de política pública (el calentamiento global) no los definen los actores políticos habituales, sino una comunidad académica a la que aquellos reconocen un virtual monopolio sobre el conocimiento en torno al tema.
Lo cual convierte a algunos miembros de esa comunidad académica en actores políticos por derecho propio, con lo cual comienzan a comportarse como el mortal promedio cuando adquiere una posición de poder. Por ejemplo, la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de Anglia del Este es afamada por compilar el que probablemente sea el registro más exhaustivo del clima terráqueo. Pero es también infame por unos correos electrónicos que sugerían que sus investigadores se confabulaban para ocultar información que, aunque indiciaria y parcial, parecía contradecir algunos de sus hallazgos. Y aunque ello no vulnera el consenso básico de la comunidad científica respecto del cambio climático, dotó a fuerzas políticas conservadoras de municiones con las cuales disparar contra una de sus presas favoritas. Llegándose a casos extremos como el del congresista republicano por Georgia, Paul Broun, según el cual “el cambio climático no es más que una patraña perpetrada por la comunidad científica”.
En realidad, la estructura de incentivos que enfrenta el panel de expertos no los induce precisamente a exagerar el problema: aunque sus integrantes no son representantes de los Estados de los cuales son ciudadanos, saben que sus hallazgos deben someterse al escrutinio de los Estados más poderosos antes de hacerse públicos.
Según algunos republicanos, el cambio climático no era la única conspiración urdida por científicos que, tras el verde de sus convicciones ecológicas, ocultarían el rojo de sus convicciones ideológicas: las probables implicancias ecológicas de la extracción de petróleo frente a las costas de los Estados Unidos caía también dentro de esa categoría. O al menos ese parecía ser el caso hasta que el reciente derrame de crudo en el Golfo de México hizo realidad las peores previsiones. Políticamente descolocado frente a esos hechos, el comentarista televisivo Rush Limbaugh, vocero oficioso de la derecha republicana, no tuvo mejor ocurrencia que sugerir la posibilidad de que el desastre fuera producto de un sabotaje perpetrado por grupos ecologistas.
Leído en El Comercio, el Domingo 9 de Mayo del 2010
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