¿y ahora, qué?
Conocer, reducir y compensar nuestras emisiones: las claves para mitigar el calentamiento global
Madrid.- Estamos concienciados, nos preocupa el medio ambiente e introducimos entre nuestros hábitos algunas pautas para la conservación del Planeta como el reciclado y el ahorro de energía en casa, porque creemos que el calentamiento global es reversible. Estas son las conclusiones de un estudio realizado por la Fundación BBVA. Numerosos informes han documentado una concienciación creciente.
Pero el estilo de vida actual, sobre todo el uso intensivo del coche, actúa de freno para que esa sensibilidad ecológica se traduzca en acción y, con ello, reducir nuestras emisiones de CO2, uno de los principales causantes del cambio climático. “El individuo se enfrenta al reto de trasladar la conciencia medio ambiental a conducta, superando la resistencia a sacrificar alguna de las mejoras que el actual modelo de desarrollo ha aportado a nuestra calidad de vida”, apunta el estudio de la Fundación BBVA.
La mayoría de los encuestados para el informe está de acuerdo, sin embargo, en que el calentamiento global es reversible (55 por ciento), pero hay que hacer algo ahora. El mensaje de la necesidad de frenar el calentamiento global ha calado. Casi cada día desayunamos con nuevas noticias sobre los efectos negativos de este fenómeno: desde el deshielo del ártico hasta las sequías en Estados Unidos. Pero, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? Conocer, reducir y compensar.
“Haciendo lo que alguien podría considerar cuatro tonterías, se podrían reducir hasta un 10 por ciento las emisiones sin cambiar nuestro estilo de vida. Imagínate si lo hiciéramos”, afirma Jordi Miralles, presidente de la Fundación Tierra, organización que puso en marcha el programa “Yo soy la solución contra el cambio climático” en 2006. Contra el inmovilismo que puede causar la creencia de que ya no se puede hacer nada —un 30 por ciento piensa que el cambio climático es irreversible, según el estudio de FBBVA— Miralles subraya que “sí se puede cambiar”.
En casa, cuando nos movemos y hasta cuando comemos, podemos introducir ciertas pautas para evitarle a la atmósfera unos cuántos gramos más de CO2.
Conocer
El primer paso para adquirir o cambiar hábitos para reducir nuestra huella de carbono es saber cómo y cuánto CO2 estamos emitiendo. En Internet proliferan calculadoras que informan del impacto de nuestra actividad. En busca de la máxima precisión, algunas requieren tener las facturas de los consumos energéticos en el hogar, así como conocer detalladamente cuántos kilómetros hacemos con el coche habitualmente e incluso hacer un pequeño inventario de nuestros hábitos alimenticios.
Reducir
El viaje diario en coche al trabajo, el ordenador enchufado todo el día aunque no se use, poner la lavadora a 90 grados (las manchas salen mejor) en vez de lavar en frío y, aún más, cuando no está llena todavía, o comer mucha carne, son algunas de las acciones diarias que dejan una huella de carbono más profunda. No siempre es posible evitarlas,pero sí adaptarlas para reducir el impacto en el medio ambiente. La literatura sobre cómo hacerlo es extensa.
El Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (Idae) dispone de un aula virtual para quienes quieran ser alumnos avanzados en el ahorro de energía. Y el Ministerio de Medio Ambiente desarrolla un plan anual, llamado Hogares verdes, dentro de su estrategia contra el cambio climático, para dar cursos sobre buenas prácticas en casa a los ciudadanos que lo deseen.
Para principiantes, distintos organismos públicos, entidades ecologistas y ONG han elaborado numerosas guías con consejos sencillos.
Aprovechar la luz natural y usar bombillas de bajo consumo supone una ventaja para el Planeta ya que consumen en torno a un 80 por ciento menos de energía y duran 8 veces más que las convencionales. Con ello no solo podemos ahorrar dinero, sino que también evitaremos la emisión a la atmósfera de casi media tonelada de CO2, según datos de WWF.
Utilizar el transporte público o la bicicleta siempre que sea posible y coger el coche lo menos posible es una de las recomendaciones más extendidas. El desplazamiento en vehículo personal en vez de transporte público es uno de los hábitos que más contaminan, y más difícil de cambiar sobre todo para quienes viven lejos del trabajo. Por eso es conveniente conocer algunas prácticas de conducción eficiente como mantener una velocidad constante evitando acelerones y frenazos, revisar la presión de las ruedas para que sea la adecuada (según las indicaciones del fabricante) y cambiar de marcha a bajas revoluciones.
Si toca cambiar algún electrodoméstico en casa y si el presupuesto lo permite, lo recomendable es que el nuevo sea de clase A, ya que los aparatos de esta categoría son los que consumen menos energía. “Si todos los electrodomésticos del hogar fuesen de bajo consumo, se emitirían 271 kg menos de CO2 al cabo del año”, apunta la Fundación Tierra. Pero hay, sin embargo, aparatos que son “ineficientes per se”, indica la organización. Es el caso de las secadoras que consumen cuatro veces más que la lavadora por el mismo ciclo de ropa. Lo ecológico es secar la ropa al aire libre. Tampoco hay que olvidarse de descongelar el refrigerador antes de que la capa de hielo alcance tres milímetros de espesor. Solo con ello se consiguen ahorros de hasta el 30 por ciento, informa WWF.
La gestión de la temperatura de la casa y del agua que utilizamos para la ducha o lavar la ropa puede hacer una gran diferencia en cuanto al consumo energético y nuestra emisiones de CO2. La calefacción supone dos tercios del consumo energético en los hogares, según el Ministerio de Medio Ambiente, y cada grado de más incrementa el gasto un 7 por ciento. En el caso de las lavadoras, un 80 por ciento del gasto energético se invierte en calentar el agua. Lavando en frío se evita gran parte de ese consumo. Más ahorro para el bolsillo y menos partículas de CO2 en la atmósfera.
En los hogares se produce, además, el conocido como “gasto fantasma”. Es decir, el consumo que hacen los aparatos enchufados pero que no estamos usando. Para evitarlo, el gesto es tan sencillo como desconectarlos.
La inversión en ventanas y materiales de aislamiento del hogar, puede llegar a ser muy rentable económicamente gracias al ahorro consumo de energía para mantener la temperatura. Y también reduce nuestras emisiones de CO2.
También con el reciclaje reducimos nuestra huella de carbono. Esta práctica está cada vez más extendida entre los ciudadanos. En España, la recogida de papel y cartón aumentó un 32.9 por ciento respecto a 2009 y la de vidrio se incrementó un 14.3 por ciento. Un estudio reciente de Cicloplast, entidad para impulsar el reciclaje de plásticos, revela que en 2012 los españoles reciclaron un 4 por ciento más de botes de champú, yogures y botellas de agua, que el año anterior. Pese a los buenos datos, España todavía está lejos de cumplir con los objetivos de la normativa europea en lo que a reciclaje se refiere. En opinión de Pablo García, sociólogo responsable de medio ambiente en la Unión de Consumidores de Asturias, “si no se recoge más selectivamente es porque los sistemas de recogida no lo facilitan”.
En la mesa también se puede mitigar el cambio climático. Consumir alimentos de temporada y, en la medida de lo posible, de producción local, asegura que lo que nos llevamos a la boca no ha tenido que ser transportado miles de kilómetros, con sus consecuentes emisiones.
Compensa
“Lo fundamental es saber de dónde proceden nuestras emisiones e intentar cambiar hábitos para reducirlas. En último lugar, estaría la compensación”, alerta Miguel Ángel Ortega, director de Reforesta, entidad que se dedica a la conservación y reforestación de bosques. Dese hace pocos años se ha puesto de moda que empresas, e incluso personas, traten de compensar voluntariamente sus emisiones mediante la plantación de árboles, que fijan (absorben) el CO2.
En esta línea trabaja Bosques Sostenibles, que reforesta terrenos públicos degradados o que han sufrido incendios a través de acuerdos de colaboración con empresas que pagan los gastos. Crean lo que ellos llaman “bosques corporativos”, aunque la propiedad sigue en manos de los municipios a los que pertenezca el terreno. “Los clientes no solo costean la plantación, sino también su posterior cuidado y gestión durante el tiempo que haga falta. Tenemos que asegurar que lo que plantamos ahora sea un bosque en el futuro”, explica Elena Álvarez, máxima responsable de la entidad.
Pocos detractores puede tener la reforestación de zonas degradadas con especies autóctonas. “Es una necesidad muy grande crear nuevos bosques”, afirma Álvarez. Pero hay quienes discrepan en cuanto a que esta práctica se presente como una vía de compensación inmediata de las emisiones. Uno de ellos es el director de Reforesta. Y explica: “El CO2 hay que retirarlo en el año que se produce para que no provoque efecto invernadero, y un plantón de un año de una encina apenas fija CO2”.
Para tener los datos con base científica de cuánto CO2 absorben los más de 34 mil 700 árboles, entre encinas y abedules, que ha plantado Bosques Sostenibles para diferentes empresas, iniciaron hace tres años un programa para evaluar la capacidad de las plantas para fijar dióxido de carbono. “Lo hacemos mediante un sistema de sensores que analizan el flujo de CO2 entre el árbol y la atmósfera a los largo de los años, teniendo en cuenta también las variables climatológicas y el área geográfica”, detalla Jesús David Sánchez, ingeniero de montes de la organización.
Mientras llegan las conclusiones de esta y otras investigaciones que aseguren cuánto CO2 compensa plantar un árbol a lo largo de los años, Ortega aboga por que las empresas que quieran compensar sus emisiones inviertan en la conservación de los bosques ya existentes, con árboles adultos que sí mitigan el cambio climático. “Es muy recomendable que cualquiera plante un árbol y, sobre todo, lo cuide. En el futuro será un agente contra el cambio climático”, zanja. (© EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados)
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