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jueves, 14 de junio de 2012

El negacionismo económico, a propósito del pesimismo de The Economist en cambio climático

Bajo el título “Slash emissions, fly by zeppelin” (reduce las emisiones, viaja en zepelín), la prestigiosa revista británica The Economist nos recuerda, en un artículo publicado anteayer en uno de sus blogs, su pesimismo con respecto a la posibilidad de evitar el cambio climático catastrófico (1). Esta posición oficial fue ya establecida el pasado diciembre en ocasión de la conferencia de Durban: el órgano neoliberal por excelencia cree que es imposible alcanzar el objetivo de los + 2ºC (2). [Para saber cómo sería un mundo con sólo dos grados más (uno más que ahora), vea aquí.]
Tras el consabido negacionismo climático inicial de este tipo de publicaciones, reflejo del negacionismo hacia si mismo inherente a las ‘ciencias’ económicas, el Economist basculó, a principios de la pasada década, hacia las posiciones del negacionismo light del danés Bjorn Lomborg, el ecologista escéptico, a quien promocionaron exhaustivamente (3,4). Reconocieron el problema, pero minusvaloraron sus consecuencias. El método consiste en efectuar una lectura sesgada de los informes científicos, extrayendo las conclusiones más favorables a sus posiciones al elegir, entre los márgenes de incertidumbre que se presentan, los más suaves, por mucho que esté bien claro que son los menos verosímiles.
Hermanados en ideología neoliberal, los análisis coste-beneficio que efectuaron tenían – siguen teniendo aunque, en apariencia, ya no sean asumidos por The Economist – la peculiaridad de ofrecer siempre resultados en favor de la inacción, mediante el recurso a la mencionada elección astuta de los datos de partida que los receptores de las conclusiones, economistas y políticos, no verificarán por si mismos. Y, muy en particular, de la elección de una tasa de descuento del futuro, un parámetro meramente económico de libre elección (en estos casos), de una magnitud bien adaptada a unas conclusiones establecidas de antemano, o por lo menos deseadas (5).
Pero The Economist, por mucho que se niegue a si mismo el carácter acientífico de las posiciones que defiende, confundiendo tecnocracia con ideología, es una de las publicaciones con voluntad, en principio sincera, de ser serio y creíble. Llegó así un momento en que se dio cuenta de que no podía seguir escondiendo la cabeza debajo del ala, y reconoció el problema climático en (casi) toda su extensión. Un mes antes de dedicar su portada al cambio climático en noviembre de 2011, uno de sus siempre anónimos reporteros escribía, a propósito de la aparición de un nuevo análisis de la evolución de la temperatura terrestre, y bajo el título “The heat is on”:
“Esto significa que el mundo se está calentando deprisa.” (6)
Es curioso que el título del artículo fuera idéntico a uno del Financial Times de 2008, donde Fiona Harvey, reportera que se ha pasado ahora a The Guardian, decía:
“La crisis financiera actual ha sido calificada como la peor desde los años 1930 … Pero incluso una recesión severa sería pequeña en comparación con lo que puede resultar del cambio climático si no se pone freno a las emisiones de gases de efecto invernadero. El calentamiento global tiene el poder de sumergir al mundo en una crisis más profunda y permanente que la Gran Depresión y las dos guerras mundiales del siglo pasado.” (7)

Pero estos titulares idénticos eran, en realidad, eco del título de un libro escrito en 1995 (y actualizado en 1997) por el periodista estadounidense Ross Gelbspan (extractoaquí), un premio Pulitzer a punto de jubilarse que fue el primero en enfrentarse alestablishment mediático de su país para dar a conocer la extensión de la trama del negacionismo climático organizado de aquél entonces (8). Mostraba ahí cómo esta trama ha bebido, y sigue ebria, de las mismas fuentes metodológicas, organizativas y financieras que la campaña contra la legislación antitabaco de los años 1990, pero ahora perfeccionadas y ampliadas.
[De hecho, las campañas de persuasión contra la nocividad del tabaco o el propio negacionismo climático tienen un origen muy anterior, y se remontan, por lo menos, a la creación de la Mont Pélérin Society, tan cara al Economist. Ahí fueron aprendiendo cómo manipular las democracias para combatir, no tanto al movimiento comunista, que ya estaba bajo control militar, sino a la socialdemocracia europea. Ésta resultaba personificada por el keynesianismo y concretada en el estado de bienestar, lo que representaba un peligro real para sus elitistas socios por su perversa tendencia a cargarles de impuestos (9). En los orígenes de esta organización participó Walter Lippman (10), avanzado discípulo de Edward Bernays, el teórico de la propaganda ya en los años 1920 (11). Pero el asalto definitivo, con todos los recursos disponibles del poder económico, y la creación de una infinidad de think-tanks neoliberales de poderosa influencia, se produjo a principios de los años 1970, a partir delinforme Powell (12). Estas campañas todavía perduran, son omnipresentes, y sus promotores van ganando por goleada una vez alcanzado el tipping pointsocial, que ha otorgado al sistema de persuasión una interesante propiedad: la auto-reproducción.]

En su primer libro, Gelbspan escribía en su capítulo 3, bajo el epígrafe ‘La batalla por el control de la realidad’:
“Los recursos financieros disponibles de los lobbies del petróleo y el carbón son prácticamente ilimitados. Pueden comprar el Congreso. De hecho, mucho antes de que aflorara el problema climático, ya lo habían hecho. Pueden comprar el acceso a los medios. No sólo anuncios… sino también acceso a los consejos editoriales, a las productoras de TV y a cualquier periodista relevante del país.” (13)
Gelbspan publicó en 2004 una extensión de The Heat Is On, titulado en esta ocasión Boiling Point (Punto de ebullición) (extracto aquí), cuyo subtítulo era: ‘Cómo los políticos, el petróleo y el carbón, periodistas y activistas están alimentando la crisis climática y qué podemos hacer para evitar el desastre’.
De modo que estos del Economist, que se las dan de racionalistas y objetivos a lo Ayn Rand, colega casi íntima de Alan Greenspan en “The Collective” (14), resulta que llegaron al asunto con 15 años de retraso. Por lo menos.
Ahora, un bloguero suyo, de seudónimo Gulliver, descubre a sus lectores que gentes respetables de la NASA, a los que se han unido personalidades de todo el mundo (145), defienden con fundamento que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera debe limitarse a 350 ppmv (partes por millón en volumen), en CO2 equivalente (16) (ahora es de unos 435 ppmv en CO2 equivalente). Pero nos da cuenta de que, con que sólo fuera de 450 ppmv de sólo CO2, algo mucho menos exigente, como venía a sugerir el último informe del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) de 2007, sería necesario hacer lo siguiente:
• Energía fotovoltaica: instalar 100 m2 de paneles cada segundo, con una eficiencia permanente del 15% (las placas fotovoltaicas pierden eficiencia con el tiempo).
• Energía eólica: una turbina de 100 m de diámetro cada 5 minutos
• Energía nuclear: una planta de 3 GW cada semana

Paneles solares sobre las tumbas (Santa Coloma de Gramenet, Barcelona)
Todo esto durante treinta años, sin pausa alguna. Todo ello, simplemente, para mantener el nivel actual de disponibilidad de energía. Ah. Habiendo comenzando en 2003.
Cuando hablo del negacionismo climático no me refiero sólo al que describe Ross Gelbspan y que todavía padecemos, responsable último de la inacción de los últimos 50 años, desde que el problema comenzó a manifestarse. Existe también un segundo negacionismo, aquél que mantiene la creencia de que podemos llegar a ser capaces de realizar, en menos de una generación y empezando desde ya, la transformación social y cultural necesaria para llevar a cabo tamaña transición energética, suponiendo siempre que fabricar, ubicar y mantener en operación indefinida todo esto sea posible en términos físicos, cosa que por otra parte levanta dudas muy razonables. En su día lo denominé el nuevo negacionismo climático posibilista. Parecería que The Economist está abandonando también este último.
por Ferran P. Vilar

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